Lo tengo claro, pura inercia de domingo por la tarde, echen lo que echen.
En estado parecido a Hiroshima después de la bomba, atraviesas el gentío, niños que embisten a la vez que berrean, padres apoltronados entre restos de Big macs, para finalmente llegar a las taquillas en donde se puede sentir la auténtica pulsión social. Con cierto pánico observo el espectáculo de la madre naturaleza en forma de ser humano haciendo cola. Siempre me llaman la atención esos individuos/as que interrogan a la taquillera para saber qué pelis ponen, si sale tal o cual, o si es de amores o matanzas…. en definitiva, agilizando el tránsito.
Ya dentro, la tarea logística es compleja. Según asciendo por la escalera, atisbo el entorno a bote pronto, y estudio el perfil neurosocial. Me curo en salud y tomo asiento guardando siempre una distancia de seguridad directamente proporcional al nivel del cenutrio más cercano. No obstante, la ubicación definitiva puede ser modificada en tanto a nuevas incorporaciones.
Apoltronado ya, observo con inquietud e incertidumbre lo que se mueve y evoluciona por las escaleras. Algunas veces, las menos, gente discreta, por lo menos aparentemente, o en contraposición, mayoría de palomitófagos pantalicortos enchancletaos, piercings y tattoos en ristre, todos pertrechados con bidones de pienso vocinglero e interminable, cuando no son, macnachos, megaburgerspizzas, bigbocatas… y que prometen seguro un bonito espectáculo alternativo.
Yo, me conformo, y por aquello de que me gustan las chuches, con algunas, cuya ingesta sea silenciosa.
Comenzada la película, en este caso una de no masas, siendo el público mayoritariamente adulto, me sentí a salvo de interferencias en la sesión. ¡¡ Error...!! Estando la sala casi vacía, oteo la llegada de un patrullón que perpetra levantar a medio cine para ponerse justamente a mi lado, por supuesto con palomitastanque todos, los mu hijoputas.
La pareja de delante, él, cabrón donde los haya, engullía un paquete de chetos, de uno en uno, con el consiguiente escándalo producido por la bolsa cada vez que introducía su zarpa, mientras ella, espontánea en su verbo, hacía todo tipo de comentarios estúpidos e improcedentes , todos en voz alta. Hala, como si estuvieran en su puta casa.
Durante la proyección, y según el momento, podría hacerse toda una tesis sobre reacciones del público. Es como mínimo chocante ser testigo y padecer risotadas estentóreas ante escenas carentes de gracia alguna, o que requerirían un respetuoso silencio.
Viene a colación aquello de “Por sus aplausos los conoceréis” , o lo que es lo mismo, “Dime de qué te ríes y te diré cuan imbécil eres.”
Resumen, lo dicho, en domingo, la última vez.
Los domingos así son una odisea.
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